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Audiencia desensibilizada

Las campañas viven atrapadas en una paradoja: cuanto más buscan sorprender, menos impacto real consiguen. La sobreexposición a mensajes disruptivos ha generado un fenómeno de desensibilización. Lo provocador, lo grotesco o lo incómodo se convierten en fórmulas recurrentes para atravesar la indiferencia de las audiencias.

La normalización de lo extremo está vaciando de sentido a la provocación. Estudios sobre la “fatiga de crisis” señalan que la exposición constante a noticias duras no solo disminuye la empatía, también eleva el umbral de sorpresa: necesitamos estímulos cada vez más fuertes para reaccionar. 

El riesgo para las marcas es evidente. Apostar continuamente por la exageración puede generar atención inmediata, pero al precio de entrenar al público en la indiferencia. El desafío ya no es solo captar miradas, sino devolver sensibilidad a una audiencia anestesiada.

Millones de dólares en facturación a los que quiere llegar la marca de muñecos Labubu, tras incrementar sus ventas en más de un 200% durante la primera mitad del año.

Porcentaje de los anuncios online no superan el umbral crítico de atención de 2,5 segundos, lo que impide que la marca se fije en la memoria de las personas.

Porcentaje de los espectadores que indica desconectarse mentalmente o que bloquea anuncios repetitivos según un estudio llevado a cabo en Australia.

Porcentaje de jóvenes en Brasil que incluyen elementos “no obvios o contradictorios” en su estilo personal como forma de afirmar su individualidad en su apariencia.

Lo “cute” se vuelve “creepy”

En un escenario dominado por la corrección política y los discursos medidos, crece una necesidad de sacudir lo establecido. Cada vez más personas consumidoras, especialmente entre las generaciones jóvenes, se sienten atráidas por lo incómodo y lo chocante como una forma de destacar en medio de la saturación comunicativa. 

Esta inclinación se materializa en lenguajes que juegan con lo transgresor: un humor ácido y provocador, la estética de lo adorable mezclado con lo inquietante o el uso de elementos tabú en campañas y productos que buscan incomodar para ser recordados. 

Lo extraño, lo perturbador y lo incómodo se consolidan como vehículos de expresión cultural y de impacto comunicativo. Se trata de un lenguaje que juega a moverse en el filo entre creatividad y polémica y que pone de relieve cómo el público busca nuevas formas de diferenciarse en un mundo sobresaturado de mensajes, incluso a costa de desafiar lo políticamente correcto.

Spotlights

  • Apostar por estas estrategias implica asumir un riesgo calculado: lo que hoy se celebra como audacia puede mañana leerse como transgresión irresponsable si no se valida en comunidades sensibles al contexto.
  • El humor negro se posiciona no solo como entretenimiento, sino como un espejo social que expone hipocresías y contradicciones culturales, obligando a las marcas a posicionarse en terrenos pantanosos.
  • Los productos digitales cada vez abordan aspectos más incómodos para tener un mayor conocimiento de la persona,  transformando la vergüenza en conversación social y la incomodidad en engagement.
  • Ser políticamente incorrecto de una manera controlada, e incluso adorable, puede otorgar a las marcas un aura de valentía cultural que trascienda su categoría frente a potenciales competidores.

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Lo incómodo y lo chocante se abren paso 
sobre lo políticamente correcto.