Vagancia como acto de rebeldía

La glorificación de la productividad y la búsqueda incesante de la perfección han impuesto un ritmo de vida en el que detenerse parece casi un error. Sin embargo, cada vez gana más fuerza la idea de que el descanso no es un lujo ni una debilidad, sino una condición necesaria para sostener la salud y el equilibrio en medio del agotamiento colectivo.

El lujo, tradicionalmente ligado al consumo material, se desplaza hacia experiencias vinculadas al bienestar: prendas cómodas convertidas en objeto de deseo, hoteles diseñados para dormir mejor o gadgets que ayudan a ralentizar el ritmo. También aparece una dimensión social: dormir, pausar o ralentizarse dejan de ser gestos privados para convertirse en actos colectivos que desafían la lógica del rendimiento permanente

Lo que en apariencia podría confundirse con pasividad es, en realidad, una forma de resistencia: la afirmación de que bajar el ritmo, sentir sin prisa y concederse tiempo son condiciones imprescindibles para preservar el bienestar físico, emocional y mental en una era dominada por la prisa y el cansancio estructural.

Incremento que han experimentado en los últimos meses los hashtags como #TherapeuticLaziness o #LazyWellness.

Millones de reproducciones que registró en TikTok el hashtag #BedRotting, que hace referencia a pasar el día entero en la cama.

Media de tiempo que duermen las personas en su día a día, muy por debajo del objetivo de 8 horas, según el informe IKEA Sleep Report 2025.

Porcentaje en el que aumentó el bienestar de las personas que indicaron dormir entre 7-9 horas, frente a aquellas personas que dormían menos.

La fiesta ya no renta

El ocio nocturno pierde fuerza porque la noche ya no significa libertad, sino desgaste. El precio de las entradas, las largas esperas o el consumo excesivo de alcohol resultan menos atractivos frente a alternativas que ofrecen algo más valioso: energía preservada y bienestar real. Este giro conecta con una idea central: ralentizar no es renunciar, sino elegir con mayor intención cómo invertir la energía.

Para muchos jóvenes, priorizar un plan tranquilo es una declaración de independencia frente a la presión cultural que durante décadas convirtió la fiesta en mandato. Ahora, el valor se mide en calidad de las interacciones, en espacios íntimos, en rituales que permiten bajar el ritmo y escucharse mutuamente. Lo que antes era motivo de estigma se convierte en una afirmación generacional: no necesitamos la fiesta para sentirnos vivos


  • Dormir bien y disponer de tiempo para la calma se convierten en nuevos símbolos de estatus, donde el descanso pasa a representar un lujo aspiracional al nivel de lo que en el pasado fue el culto al cuerpo.
  • En un mundo marcado por la aceleración constante, el descanso y la pereza consciente se reinterpretan como un gesto de rebeldía, reivindicando la necesidad de parar como resistencia.
  • La innovación tecnológica se centra cada vez más en productos y servicios orientados a optimizar el sueño, desde colchones inteligentes hasta espacios inmersivos para garantizar la calidad del descanso.
  • La vagancia intencional reconfigura la relación entre bienestar y consumo, desplazando la idea de que el valor reside en la velocidad hacia la aspiración de vivir más despacio.

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Se eleva el descanso,
la pereza consciente y el bienestar sensorial.