La continuada situación de incertidumbre y la llegada de una nueva crisis – social, política y económica – golpea los sentimientos de la juventud. El contexto inestable se traduce en una carencia directa de objetivos por parte de este segmento de la población, que ve sus sueños truncados.
Si afrontar los desafíos ya se hace complicado desde una posición adulta, la situación se pone aún más difícil para unas nuevas generaciones indolentes, que procrastinan la toma de decisiones para su futuro por falta de claridad en el mismo.
No hay estabilidad laboral, tampoco económica. Ni siquiera sentimental. La juventud no sabe a qué o dónde aferrarse. El miedo al fracaso se propaga y la sensación de no llegar nunca a nada y estar constantemente acelerados les inunda.